El niño que miraba las matrículas

Ángel era un niño curioso y muy especial. Tenía 9 años, casi 10, y su pasatiempo favorito era mirar las matrículas de los coches. Le encantaba observar las letras y números que formaban esas placas metálicas, y tenía una memoria prodigiosa que le permitía recordar las matrículas de todos sus amigos, familiares y vecinos.

Ángel solía pasear por el barrio con la mirada fija en las matrículas de los coches que pasaban. A veces se detenía frente a los garajes para estudiar detenidamente las placas de los vehículos estacionados. Otras veces se paraba en medio de la acera, absorto en la lectura de las matrículas de los coches que circulaban a su alrededor.

Un día, mientras caminaba por la calle, Ángel se detuvo frente a un coche que acababa de salir de un garaje. Estaba tan concentrado en leer la matrícula que no se dio cuenta de que un vecino estaba tratando de salir con su bicicleta. El vecino tuvo que frenar bruscamente para no atropellar a Ángel, quien se disculpó apresuradamente y siguió su camino, sin apartar la vista de las matrículas.

Otra vez, Ángel se detuvo en mitad de la carretera para leer la matrícula de un coche que estaba esperando en un semáforo. Los conductores que venían detrás tuvieron que frenar de golpe para no chocar contra él. Ángel, ajeno al peligro, continuaba absorto en su lectura, sin percatarse del caos que había provocado.

Los padres de Ángel estaban preocupados por su obsesión con las matrículas. Intentaban explicarle que debía prestar atención a su entorno y no poner en riesgo su seguridad por mirar las placas de los coches. Pero Ángel, en su mundo de letras y números, parecía no escuchar sus advertencias.

Un día, mientras paseaba por el parque, Ángel vio un coche aparcado con una matrícula muy peculiar. Se detuvo frente a él y comenzó a estudiarla detenidamente. De repente, escuchó un ruido detrás de él y se dio la vuelta. Para su sorpresa, vio que un perro rabioso se abalanzaba hacia él, gruñendo y mostrando los dientes.

Ángel, asustado, intentó retroceder, pero se tropezó y cayó al suelo. El perro se acercaba cada vez más, y Ángel no sabía qué hacer. En ese momento, recordó las palabras de sus padres y se dio cuenta de que su obsesión por las matrículas lo había llevado a una situación peligrosa.

Con todas sus fuerzas, Ángel gritó pidiendo ayuda. Afortunadamente, un vecino que paseaba por el parque escuchó sus gritos y corrió en su auxilio. Logró ahuyentar al perro y llevar a Ángel a un lugar seguro. El niño, temblando de miedo, agradeció al vecino su valiente intervención.

Desde ese día, Ángel comprendió que debía prestar atención a su entorno y no poner en riesgo su seguridad por mirar las matrículas de los coches. Aunque seguía fascinado por las letras y números que formaban esas placas metálicas, aprendió a ser más cauteloso y a no descuidar su propia protección.

Y así, Ángel continuó disfrutando de su pasatiempo favorito, pero esta vez con la precaución necesaria para evitar situaciones peligrosas. Sus padres, al ver su cambio de actitud, suspiraron aliviados y agradecieron al vecino que había salvado a su hijo de un apuro. Ángel, por su parte, seguía siendo un niño especial, pero ahora también era un poco más prudente.

Moraleja:

La moraleja de esta historia es que, aunque tengamos pasatiempos que nos apasionen, es importante siempre prestar atención a nuestro entorno y no descuidar nuestra seguridad. Ángel aprendió que la fascinación por las matrículas de los coches no debe poner en riesgo su bienestar, y que es fundamental ser cautelosos y responsables en todo momento. Así, podemos disfrutar de nuestras aficiones de manera segura y sin correr riesgos innecesarios. ¡Recuerda, la diversión va de la mano de la precaución!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *