En un pequeño pueblo, donde los árboles susurraban historias y el sol siempre brillaba, vivían tres amigos: Miguel, Diana y Manuel. Los tres compartían risas y aventuras, pero un día, algo cambió. Miguel y Manuel comenzaron a hacer bromas pesadas a Diana, burlándose de ella en la escuela. Al principio, pensaron que era solo un juego, pero pronto se dieron cuenta de que sus palabras lastimaban a su amiga.
Diana, con su corazón de oro, intentó sonreír a pesar de las burlas, pero cada risa de Miguel y Manuel se sentía como una sombra oscura que la seguía. Se sentaba sola en el recreo, observando a otros niños jugar, mientras sus amigos se reían a sus espaldas. Diana no podía entender por qué aquellos a quienes quería se comportaban así. Un día, decidió que era hora de hablar.
Con valentía, Diana se acercó a Miguel y Manuel durante la hora de almuerzo. «¿Por qué me tratan así? Yo solo quiero ser su amiga», les dijo con la voz temblorosa. Miguel y Manuel se miraron, y por primera vez, comprendieron que sus palabras habían causado dolor. Se sintieron mal por sus acciones y se dieron cuenta de que el verdadero valor de la amistad estaba en cuidar y apoyar a los demás.
Desde ese día, Miguel y Manuel se esforzaron por ser mejores amigos. Se disculparon sinceramente con Diana y juntos aprendieron la importancia de respetar los sentimientos de los demás. Las sombras de la amistad se disiparon, y en su lugar, floreció un lazo más fuerte, donde la risa y la alegría llenaron sus días, enseñando a todos en el pueblo que la verdadera amistad siempre brilla más que cualquier sombra.
En el pequeño pueblo donde Miguel, Diana y Manuel vivían, se aprendió una valiosa lección sobre la amistad. A veces, las palabras que decimos pueden herir más que cualquier golpe, y aunque creamos que una broma es inofensiva, puede causar dolor a quienes amamos.
Diana, a pesar de sentirse triste, tuvo el valor de hablar con sus amigos y expresarles cómo se sentía. Gracias a su valentía, Miguel y Manuel comprendieron que la verdadera amistad no se basa en las risas a expensas de los demás, sino en el respeto y el apoyo mutuo.
La historia de estos tres amigos nos enseña que es importante cuidar los sentimientos de los demás y que siempre es mejor construir lazos fuertes y sinceros. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de ser amable y empático, porque una palabra amable puede iluminar el corazón de alguien que se sienta solo o herido. Al final, la amistad verdadera brilla más que cualquier sombra que las malas acciones puedan crear. Recordemos siempre que nuestras palabras tienen poder: elijamos usarlas para hacer sonreír, no para herir.