La magia de un instante

En un pequeño pueblo llamado Encantoluna vivía una niña curiosa llamada Luna, que siempre soñaba con descubrir la magia que se escondía en cada rincón. Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró una piedra brillante que emanaba destellos de luz. Luna la tomó en sus manos y, de repente, sintió un cosquilleo en todo su cuerpo.

Al instante, la piedra se transformó en un pequeño duende que le dijo: «Soy Fausto, guardián de la magia perdida. Solo aquellos con un corazón puro pueden verme». Luna se sintió emocionada y comenzó a seguir al duende por el bosque, descubriendo criaturas mágicas y paisajes encantados que solo existían en su imaginación.

Juntos vivieron increíbles aventuras, volaron en alfombras mágicas, conocieron hadas y unicornios, y se sumergieron en un mar de estrellas. Luna se dio cuenta de que la verdadera magia no estaba en los hechizos o conjuros, sino en la conexión con el mundo que la rodeaba y en la capacidad de ver la belleza en cada instante.

Al final del día, Fausto le dijo a Luna que la magia siempre estaría presente en su vida, solo tenía que seguir creyendo en ella. Y así, con una sonrisa en el rostro, Luna regresó a su casa sabiendo que cada instante estaba lleno de magia, solo era cuestión de abrir los ojos y el corazón para poder verla.

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