Había una vez una niña llamada María que adoraba explorar los bosques y las casas de su vecindario. Un día, mientras paseaba por un viejo desván, se encontró con una pequeña ratita escondida entre los muebles. La ratita, asustada, miraba a su alrededor con ojos grandes y brillantes. María, sintiendo compasión, decidió llevarla a casa.
—¡No te preocupes, pequeña! —le dijo María—. Te cuidaré.
En casa, María pensó que, aunque la ratita era pequeña, merecía un hogar acogedor. Así que tuvo una idea maravillosa: construirle una casita con cartones. Pero pronto se dio cuenta de que necesitaba materiales. Mirando alrededor, se le ocurrió que en el ático de su habitación podía encontrar lo que necesitaba.
Corrió escaleras arriba y encontró tres cajas de cartón y algunas cosas de muñecas que ya no usaba. Con mucho entusiasmo, comenzó a armar la casita, decorándola con pedacitos de tela y pequeños juguetes. Cuando terminó, la casita lucía acogedora y alegre. María decidió llamar a su nueva amiga Sammy.
Contenta, María bajó a la cocina y sacó un trozo de queso del refrigerador. Lo llevó a la pequeña casita y, al ver a Sammy comiendo, su corazón se llenó de alegría. Pero entonces recordó que su madre no permitía tener mascotas en casa. Triste, decidió llevar a Sammy al ático, donde podría estar a salvo y feliz.
María limpió un rincón del ático y colocó la casita allí. Después, bajó a su habitación para estudiar. Pero de repente, escuchó un ruido extraño. Curiosa, bajó rápidamente y vio a Sammy sacando el queso mientras su madre no la miraba. María, preocupada, rápidamente tomó a Sammy y la llevó de nuevo al ático, asegurándose de que estuviera a salvo.
Esa noche, María se acostó, apagó la luz y se quedó dormida. Sin embargo, al despertar, se dio cuenta de que Sammy no estaba en su casita. Desesperada, buscó por toda la casa, hasta que escuchó a su madre llamándola desde afuera. Cuando salió, vio que su madre tenía a Sammy en la mano y estaba muy enojada.
—¡María! ¡No puedes tener una ratita en casa! —dijo su madre.
Con lágrimas en los ojos, María le suplicó:
—¡Por favor, mamá! No la eches. Ella tiene un hogar aquí, conmigo. Prometo cuidarla.
La madre, viendo la tristeza en el rostro de su hija, se detuvo a pensar. Después de un rato, decidió que solo esta vez, le permitiría a María cuidar de Sammy, pero con una condición: debía asegurarse de que la ratita no causara problemas.
Desde ese día, María y Sammy compartieron muchas aventuras en el ático. María aprendió a cuidar de su pequeña amiga y a ser responsable. A su vez, Sammy le enseñó a ser valiente y a encontrar alegría en las pequeñas cosas.
Y así, en la casita secreta de Sammy, la amistad entre una niña y una ratita floreció, llenando el hogar de risas y cariño. Fin.
La historia de María y Sammy nos enseña que la bondad y la compasión pueden crear lazos especiales entre seres diferentes. Cuando María encontró a la pequeña ratita, no solo se preocupó por su bienestar, sino que también encontró formas creativas de hacerla sentir en casa. Su deseo de cuidar de Sammy muestra la importancia de la responsabilidad y el respeto hacia los demás, incluso hacia los más pequeños.
Además, la historia nos recuerda que a veces debemos negociar y encontrar soluciones que satisfagan a todos. La madre de María, aunque inicialmente enojada, decidió darle una oportunidad a su hija, permitiendo que ambas compartieran momentos felices siempre y cuando se mantuvieran las reglas.
Así, la verdadera amistad se construye con amor, respeto y responsabilidades. A través de su relación, María aprendió a cuidar y valorar a los que la rodean, mientras que Sammy le mostró la belleza de disfrutar las pequeñas alegrías de la vida. Por lo tanto, siempre es bueno abrir el corazón a los demás y aprender de las experiencias compartidas, porque la amistad puede florecer en los lugares más inesperados.