Había una vez una diosa de la justicia llamada Esmeralda. Era muy bondadosa y siempre observaba las acciones de las personas. Un día, mientras volaba sobre una densa selva, vio a dos hermanas, Lusia y Laura, que exploraban en busca del legendario Templo del Gallo de Oro. Lusia, la mayor, era traviesa y poco amable, mientras que Laura era cariñosa y siempre intentaba hacer el bien.
Mientras caminaban, Lusia vio un camino que parecía conducir al templo y lo señaló con entusiasmo. “¡Mira, hermana! Este es el camino que debemos seguir”, dijo, sin preocuparse por lo que había a su alrededor. En ese instante, Laura notó un pequeño pajarito que había caído de su nido. “¡Pobre pajarito! Debemos ayudarlo”, exclamó, mientras se agachaba para recogerlo. Lusia, sin darle importancia, continuó su camino, ignorando la súplica de su hermana.
Esmeralda, observando la escena, decidió intervenir. Con un suave destello de luz, hizo que Lusia y Laura tomaran caminos diferentes. El camino de Lusia, lleno de trampas y desvíos, la llevó a un acantilado sin salida, donde se dio cuenta de que no podía avanzar. En cambio, el camino de Laura estaba lleno de flores y melodías de pajaritos felices, llevando a la bondadosa hermana directamente al Templo del Gallo de Oro.
Al llegar, Laura fue recibida por el gallo dorado, quien le agradeció su bondad. “Has demostrado que ayudar a los demás es el verdadero camino hacia la felicidad”, le dijo el gallo. Mientras tanto, Lusia, atrapada en su desatino, aprendió que hacer el mal solo trae problemas. Desde ese día, las hermanas comprendieron la importancia de las decisiones y cómo estas pueden cambiar sus vidas para siempre.
La historia de Lusia y Laura nos enseña que nuestras decisiones tienen consecuencias. Aunque Lusia, la hermana mayor, se dejó llevar por la emoción y la prisa, ignoró la necesidad de ayudar a un pequeño pajarito. Su desinterés la llevó a un camino lleno de trampas y dificultades, mientras que Laura, al demostrar amor y bondad, encontró un sendero lleno de alegría y recompensas.
La moraleja es clara: siempre es importante detenerse y considerar a los demás. La bondad y la empatía nos guían hacia experiencias positivas y enriquecedoras, mientras que la indiferencia puede llevarnos a situaciones complicadas. Al final, ayudar a otros no solo beneficia a quienes reciben nuestra ayuda, sino que también nos abre las puertas a la verdadera felicidad y satisfacción en la vida.
Así que recuerda, cada vez que te enfrentes a una decisión, pregúntate: ¿cómo puedo ayudar a los demás? La respuesta a esa pregunta puede cambiar tu camino y el de quienes te rodean. ¡Elige siempre el sendero de la bondad!