En un reino muy lejano, la princesa Cenicienta tenía un baño especial para su gato Lucifer. Este baño, adornado con brillantes piedras preciosas y con agua perfumada de rosas, era el lugar preferido del travieso felino. Cenicienta cuidaba con esmero de su mascota, dándole baños relajantes y peinados con lazos de seda.
Lucifer, con su pelaje negro como la noche, disfrutaba de cada baño real como si fuera un verdadero príncipe. La princesa se divertía viendo cómo su gato chapoteaba en el agua y jugaba con las burbujas, mientras ella le cantaba canciones suaves para relajarlo. Aquel baño se había convertido en un momento especial de conexión entre ambos, lleno de amor y complicidad.
Los días en el palacio transcurrían entre baños de espuma y risas, creando recuerdos inolvidables para Cenicienta y Lucifer. El gato se sentía como un rey en su baño real, rodeado de lujos y cuidados, mientras que la princesa encontraba en esos momentos la felicidad más pura. Juntos, compartían la magia de un baño único que fortalecía su amor y amistad, sellando un vínculo eterno entre una princesa y su fiel compañero.