Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, una niña llamada Mía. Desde que era muy pequeña, Mía miraba con admiración el cielo estrellado y soñaba con alcanzar las estrellas. Cada noche, se acostaba en su cama y suspiraba con la esperanza de poder algún día tocarlas.
Mía era una niña curiosa y valiente. Pasaba horas observando el cielo, preguntándose cómo serían las estrellas de cerca, si serían suaves como el algodón o brillantes como los diamantes. Su abuela, que siempre la escuchaba con cariño, le contaba historias sobre el universo y le decía que las estrellas eran como pequeñas lucecitas que iluminaban el camino de los sueños.
Un día, Mía decidió que era el momento de cumplir su deseo. Con determinación, se puso en marcha para encontrar la manera de llegar hasta las estrellas. Recorrió el pueblo preguntando a cada persona si sabían cómo podía hacerlo, pero nadie parecía tener la respuesta.
Desanimada, se sentó en un banco del parque y miró al cielo con tristeza. Fue entonces cuando una voz suave y melodiosa la llamó. Mía levantó la mirada y vio a una anciana con una larga capa negra que brillaba como el cielo nocturno.
«¿Estás buscando las estrellas, pequeña?», preguntó la anciana con una sonrisa.
Mía asintió con timidez y contó a la anciana sobre su deseo de tocar las estrellas. La anciana escuchó con atención y le dijo a Mía que conocía el camino para llegar hasta ellas, pero que no sería fácil.
«Debes encontrar la Estrella Guía, aquella que te mostrará el camino», le explicó la anciana. «Solo así podrás cumplir tu anhelo».
Mía, emocionada, preguntó cómo podía encontrar la Estrella Guía. La anciana le entregó un pequeño mapa dibujado en una hoja de papel y le dijo que debía seguir las indicaciones hasta llegar a la montaña más alta del pueblo, donde la Estrella Guía la esperaría.
Sin dudarlo, Mía se puso en marcha. Siguió el mapa con atención, sorteando obstáculos y desafíos en su camino. Cruzó ríos, escaló rocas y atravesó bosques oscuros, siempre con la determinación de alcanzar su objetivo.
Finalmente, llegó a la cima de la montaña más alta y allí, resplandeciente y radiante, encontró a la Estrella Guía. La Estrella le habló con una voz suave y le dijo que para tocar las estrellas, debía creer en su propio poder y en la magia de los sueños.
Mía cerró los ojos, extendió los brazos y sintió cómo su corazón se llenaba de luz y energía. De repente, se elevó en el aire y comenzó a flotar hacia el cielo estrellado. Las estrellas brillaban a su alrededor, acariciando su piel con su suave resplandor.
Finalmente, Mía tocó una estrella con la punta de los dedos y sintió una sensación cálida y reconfortante recorrer todo su ser. Había logrado su anhelo, había alcanzado las estrellas.
Desde ese día, Mía sabía que los sueños podían hacerse realidad si se creía en ellos con todo el corazón. Y cada noche, antes de dormir, miraba al cielo estrellado y agradecía a la Estrella Guía por guiarla en su camino de luz y esperanza.
La moraleja de esta historia es que los sueños se pueden hacer realidad si creemos en ellos con todo nuestro corazón. Aunque el camino para alcanzarlos pueda ser difícil, con determinación y valentía podemos llegar a donde queremos. Así como Mía encontró la Estrella Guía que la llevó a tocar las estrellas, nosotros también podemos encontrar nuestro propio camino hacia nuestros sueños si confiamos en nuestra fuerza interior y en la magia de creer en nosotros mismos. Nunca dejemos de soñar y de perseguir aquello que anhelamos, porque la verdadera magia reside en nuestra capacidad de creer en lo imposible y hacerlo posible. ¡Los sueños están ahí, esperando a ser alcanzados por aquellos que se atreven a creer en ellos!