En una frondosa selva llena de colores y sonidos, vivía una capibara llamada Capi. Capi era muy especial, porque siempre estaba soñando. Mientras sus amigos capibaras jugaban a correr y chapotear en el río, ella se acomodaba en la sombra de un gran árbol y cerraba los ojos, dejándose llevar por sus dulces sueños.
Los otros animales de la selva, como el alegre mono Tito y la curiosa tortuga Lía, siempre la miraban con tristeza. «¿Por qué Capi nunca juega con nosotros?», se preguntaba Tito mientras balanceaba su cola. «Quizás si la despertamos, podremos invitarla a divertirse», sugirió Lía con su voz suave. Pero cada vez que intentaban despertarla, Capi solo sonreía y volvía a sumergirse en sus sueños.
Un día, Tito y Lía decidieron que debían hacer algo especial para que Capi se uniera a sus juegos. Juntaron flores de colores y las colocaron alrededor de Capi, creando un hermoso jardín. Luego, empezaron a cantar una canción alegre, llena de risas y melodías. Poco a poco, el suave canto fue envolviendo a Capi, quien comenzó a abrir los ojos lentamente.
Al ver el jardín de flores y a sus amigos sonriendo, Capi sintió una gran felicidad. «¡Qué bonito!», exclamó, y se unió a ellos con una gran sonrisa. Desde ese día, Capi aprendió a disfrutar de sus sueños y también de la aventura de jugar con sus amigos en la selva. Así, la capibara soñadora y sus amigos juguetones vivieron felices, compartiendo risas y momentos inolvidables.
En la selva, Capi la capibara aprendió una valiosa lección: los sueños son hermosos, pero la vida está llena de momentos que merecen ser compartidos. Aunque soñar es una forma de explorar y ser feliz, no hay nada como disfrutar la compañía de los amigos y las aventuras que ofrece el mundo real.
Capi solía perderse en sus dulces sueños, mientras sus amigos ansiaban que ella se uniera a sus juegos. Sin embargo, gracias a la creatividad y el cariño de Tito y Lía, Capi descubrió que la felicidad se multiplica cuando se vive en compañía. Al abrir los ojos y ver el jardín de flores y a sus amigos sonriendo, se dio cuenta de que podía encontrar alegría tanto en sus sueños como en la realidad.
La moraleja de esta historia es que hay un tiempo para soñar y un tiempo para jugar. No olvides valorar a tus amigos y las experiencias que pueden compartir juntos. A veces, la vida real puede ser tan mágica como cualquier sueño, solo es cuestión de abrir los ojos y dejarse llevar por la alegría de vivir.