Había una vez un niño llamado Alberto que nació en Portugal. Desde pequeño, soñaba con ser un gran jugador de fútbol. Todos los días, después de clases, corría al campo de su barrio con su balón para jugar con sus amigos. Sin embargo, había una monja en su escuela que siempre le quitaba el balón, lo que lo hacía sentir muy triste. Un día, decidido a no dejar que eso sucediera más, Alberto se escapó de la escuela y fue a jugar a un lugar secreto, donde podía disfrutar del fútbol sin preocupaciones.
Mientras tanto, en Galicia, había una niña llamada Fidella que amaba ir al colegio. A pesar de que su escuela estaba bastante lejos, caminaba cada día con una gran sonrisa. Un día, después de recibir un diez en su examen, decidió que quería ser parte de un equipo de fútbol. Así que, con su energía y entusiasmo, se unió a un grupo de chicos que también soñaban con ser futbolistas. Poco a poco, se hizo un nombre en el equipo gracias a su talento.
El destino quiso que Alberto y Fidella se encontraran en una competencia de fútbol en Donosti. Al principio, solo se miraron desde lejos, pero pronto se dieron cuenta de que compartían la misma pasión por el deporte. Jugaron juntos en el mismo equipo y, gracias a su amistad, lograron llevar a su equipo a la victoria. Alberto enseñó a Fidella algunos trucos que había aprendido en sus años de juego, y ella le mostró cómo disfrutar el fútbol sin preocuparse por ganar.
Con el paso del tiempo, Alberto y Fidella se hicieron inseparables. Se casaron y tuvieron dos hijos, a quienes enseñaron a amar el fútbol tanto como ellos. Alberto siempre recordaba su viaje desde Portugal y lo feliz que se sentía al haber encontrado en Fidella a su mejor amiga. Juntos, compartieron su amor por el fútbol y la amistad, creando recuerdos que durarían para siempre. Así, el sueño de Alberto no solo se convirtió en realidad, sino que también hizo que su familia viviera en un mundo lleno de alegría y deporte.
La historia de Alberto y Fidella nos enseña que los sueños se pueden alcanzar cuando compartimos nuestra pasión con los demás. A veces, los obstáculos pueden hacernos sentir tristes o solos, pero no debemos rendirnos. Alberto, a pesar de la monja que le quitaba el balón, buscó nuevas maneras de disfrutar lo que amaba. Por otro lado, Fidella, con su alegría y dedicación, mostró que el esfuerzo y la perseverancia siempre dan frutos.
Cuando se encontraron, no solo unieron sus talentos, sino que también aprendieron el uno del otro. Alberto le enseñó trucos, mientras que Fidella le recordó lo importante de disfrutar el juego, sin preocuparse solo por ganar. Juntos, demostraron que la amistad es una fuerza poderosa que puede llevarnos a lograr grandes cosas.
Así que, niños, nunca dejen de soñar y de buscar lo que les apasiona. Recuerden que compartir sus sueños con amigos puede hacer que el camino sea más divertido y lleno de alegría. La verdadera victoria no está solo en ganar, sino en disfrutar cada momento y crear lazos que perduren en el tiempo. ¡Jueguen, rían y compartan!