**El Árbol de las Sorpresas**

Antonia echaba de menos a su lela, así que un día, cuando sonó la puerta, su corazón se llenó de alegría al ver a su abuela. «¡Qué sorpresa!», gritó. Con una sonrisa enorme, le dijo que la llevaría a la parcela. Mamá preparó un bolso lleno de delicias y, juntas, se fueron a disfrutar de un día especial.

Al llegar a la parcela, la lela sorprendió a Antonia con un delicioso queque y una tarde de películas. Después de disfrutar de los dulces, la lela sacó una pequeña semilla y le preguntó a Antonia si la ayudaría a plantarla. Juntas cavaron un pequeño hoyo en la tierra y, con mucho cuidado, colocaron la semilla. Antonia le echó agua, y de repente, el árbol comenzó a crecer a una velocidad asombrosa. ¡Era tan grande que parecía tocar el cielo!

“¿Y si subimos?”, sugirió la lela con una chispa en sus ojos. Sin pensarlo, comenzaron a escalar por el tronco robusto. Al llegar a la cima, se encontraron con un mundo mágico lleno de frutas y verduras brillantes. Había manzanas rojas, peras doradas y zanahorias de todos los colores. Antonia y su lela se maravillaron al ver tanto alimento fresco y delicioso.

Con risas, comenzaron a recoger las más bellas frutas y verduras y las lanzaban hacia abajo. Fue entonces cuando un gran plop resonó: ¡una fruta le cayó al tata en la cabeza! «¡Ay, ay!», gritó, y cuando escuchó que la lela pedía ayuda, corrió a traer un balde gigante. Con alegría y risas, Antonia y su lela continuaron recolectando, llenando el balde con sus tesoros mientras el sol brillaba sobre ellos. Ese día, el Árbol de las Sorpresas les había regalado no solo frutas, sino también momentos inolvidables.

Moraleja:

La historia de Antonia y su lela nos enseña que la felicidad se encuentra en los momentos compartidos con quienes amamos. A veces, solo necesitamos un poco de imaginación y un toque de aventura para transformar un día ordinario en uno extraordinario. Plantar una semilla, ya sea en la tierra o en nuestro corazón, puede dar lugar a experiencias mágicas y recuerdos inolvidables.

Además, al compartir y trabajar juntos, como lo hicieron Antonia y su lela, descubrimos que el esfuerzo se convierte en alegría y risas. La vida está llena de sorpresas, y si mantenemos la mente abierta, podemos encontrar maravillas en los lugares más inesperados.

No olvidemos también que, aunque a veces las cosas no salgan como planeamos, como cuando la fruta le cayó al tata, estos momentos pueden ser las anécdotas más divertidas. La clave está en disfrutar cada instante y valorar las relaciones que construimos. Así, con amor, risas y un poco de magia, cada día puede convertirse en una gran aventura. ¡Nunca subestimes el poder de un día con tu ser querido!

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