Una noche mágica, Sarai y su amigo Milet decidieron aventurarse en el bosque cercano a su aldea. Habían escuchado rumores sobre un misterioso lugar donde las estrellas se ocultaban durante el día. Con sus mochilas llenas de bocadillos y una linterna, los dos amigos se adentraron entre los árboles, llenos de emoción y curiosidad.
Mientras caminaban, encontraron un pequeño mapa dibujado en una roca. “¡Mira, Sarai! Este mapa podría guiarnos a las estrellas ocultas”, dijo Milet con los ojos brillando de emoción. Siguiendo las instrucciones, cruzaron un arroyo y subieron una colina. Al llegar a la cima, se detuvieron para admirar el paisaje: el cielo estaba claro y lleno de estrellas, pero había algo extraño. En el horizonte, una estrella parecía parpadear con fuerza, como si estuviera llamándolos.
Decididos a descubrir el misterio, Sarai y Milet siguieron el brillo hasta llegar a un claro iluminado por una luz suave y dorada. En el centro, había un gran árbol con hojas plateadas que reflejaban la luz de las estrellas. “¡Este debe ser el lugar donde se esconden!”, exclamó Sarai. Justo en ese momento, un pequeño duende apareció entre las ramas. “¡Bienvenidos, viajeros! Soy Lumis, el guardián de las estrellas. Cada día, las estrellas descansan aquí para recargar su brillo”, explicó el duende.
Lumis les ofreció a Sarai y Milet un deseo a cambio de su ayuda para cuidar el bosque. Los amigos decidieron que su deseo era que todos los niños del mundo pudieran ver las estrellas brillar cada noche. Con una sonrisa, Lumis agitó su varita y, en un instante, el cielo se llenó de luces danzantes. Desde esa noche, las estrellas nunca volvieron a ocultarse, y Sarai y Milet regresaron a casa con el corazón lleno de alegría, sabiendo que habían hecho algo maravilloso.
La historia de Sarai y Milet nos enseña que la verdadera magia no reside solo en lo extraordinario, sino en el deseo de compartir y cuidar lo que amamos. Al aventurarse en el bosque y descubrir el lugar donde las estrellas se ocultaban, los amigos no solo buscaron su propio asombro, sino que pensaron en el bienestar de todos los niños del mundo. Su deseo de que todos pudieran ver las estrellas brillar cada noche demuestra que el verdadero valor de un deseo radica en su generosidad.
A menudo, en nuestra vida diaria, podemos perder de vista lo importante: el bienestar de los demás. Al igual que Sarai y Milet, debemos recordar que nuestras acciones pueden tener un impacto positivo en el mundo. Cuidar de la naturaleza, compartir momentos de alegría y pensar en los demás son formas de hacer que la magia de la amistad y la solidaridad brille aún más. Así que, cuando veas las estrellas en el cielo, recuerda que cada una de ellas es un recordatorio de que, a veces, los deseos más simples y desinteresados son los que iluminan el corazón de todos.